LA NAVIDAD TIEMPO HERMOSO PARA CONTEMPLAR EL MISTERIO DEL DIOS HECHO CARNE

Este espacio quiere ser un ventana abierta al infinito que es Dios o una puerta abierta al finito, que somos cada uno de nosotros. Todos podemos comunicarnos con Él, porque la oración es el medio que tenemos para expresar lo que sentimos en cada momento. Dios que es amor, ha derramado, gracias a la muerte en la cruz y resurrección de su Hijo, la fuerza y la grandeza de su Espíritu Santo. Santa Teresa de Jesús define la oración: "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama" (V 8,5). No podemos olvidar que Dios nos ha regalado un año nuevo para que lo aprovechemos en bien de los demás y seamos cada uno de nosotros lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¡Disfrutemos de esta nueva oportunidad!
DIOS ES AMOR Y NOSOTROS TENEMOS QUE SER REFLEJO DE SU AMOR ALLÁ DONDE ESTEMOS.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Corregir con amor

En la 2ª lectura san Pablo nos recuerda que el amor es el resumen de toda la vida cristiana. A primera vista no hay novedad en esta afirmación que ya está presente en el AT (Dt 6,6: amarás al Señor tu Dios con todo el corazón...) y ratificada por Jesús (Mt 22,34-40). La novedad está en que Jesús nos da su Espíritu y nos capacita para amar como él nos ha amado (Jn 13,14). Por ello para el cristiano el amor no es una meta utópica sino una realidad a su alcance si colabora con la gracia de Dios.

Este mandato es lógico. Si la naturaleza de Dios es amor, igual debe ser la naturaleza de sus hijos, como pone relieve la 1 Juan: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (3,14); Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (4,7-8).

Este amor tiene que estar presente en todas las acciones del cristiano. Hoy la palabra de Dios en la 1ª lectura y Evangelio nos recuerda la necesidad de corregir al hermano pecador como expresión de amor. El hermano peca. Basta apelar a la propia experiencia. La Iglesia y sus componentes somos santos por la gracia de Dios, pero también pecadores. ¿Qué hacer ante el pecado del hermano? Jesús nos ofrece una serie de normas para afrontar la situación: Hay que amar siempre al hermano pecador; aunque peque, no deja de ser hermano, como se recuerda en la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15,31). Hay que ver la manera de salvar al hermano que comete el mal, pues no es voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, de que perezca ninguno de los pequeños (Mt 18,14). No hay que condenarlo como definitivamente perdido y sin remedio: No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1); la razón es que no conocemos suficientemente el corazón del hombre y nos exponemos a arrancar trigo, creyendo que arrancamos cizaña. Esta tarea se la reserva Jesús en el juicio final (Mt 13,28-30). Queda totalmente excluida la crítica negativa y despiadada, que sólo es expresión de envidia y falta de amor. Una madre puede reconocer el pecado de su hijo, pero jamás se dedicará a darlo a conocer. Finalmente la corrección fraterna y el perdón. El Evangelio de hoy subraya la corrección fraterna y el del próximo domingo hablará del perdón.

La corrección fraterna es importante en la vida cristiana. Ante el pecado del hermano no vale quedar impasible, si realmente se le ama, pues se está autodestruyendo. En la 1ª lectura el texto de Ezequiel recuerda que somos corresponsables del hermano y obligados a corregirle. Jesús igualmente nos manda la corrección fraterna, que hay que hacer de la forma más delicada posible, buscando sólo el bien del hermano; de aquí la gradación que propone. A veces no da resultado, porque no se hace con amor y todos tenemos un quinto sentido que capta la autenticidad de la corrección, discerniendo si las palabras de la corrección proceden de un corazón que ama o de un corazón que no ama y actúa por otros motivos. No se trata de corregir cualquier desvío pequeño, sino algo grave, que puede hacer daño a la comunidad, como dejan entender las últimas palabras de Jesús que hablan de excomulgar.

La comunidad cristiana tiene que caminar de forma realista, consciente de la presencia del Espíritu que la santifica y la empuja a luchar siempre contra el pecado presente en ella. En esta tarea la Eucaristía tiene un papel importante, pues en cada celebración el Espíritu nos purifica y fortalece para hacer de nuestra existencia un sacrificio existencial, unido al de Cristo.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

miércoles, 27 de agosto de 2014

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Participar la eucaristía

         En la 2ª lectura san Pablo invita a ofrecer la propia vida a Dios como el único sacrificio que le es agradable, de acuerdo con su naturaleza espiritual y la nuestra racional. Dios es amor y lo que espera de la persona humana es su amor, su corazón, ofrecido libremente. Por eso ya en el AT se le pide que ame a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas (Dt 6,5), lo que implica una vida en la que la voluntad de Dios es lo más importante. Este es el culto razonable del ser humano a Dios, pues es lo único propio que posee. Todo lo demás, la vida, los bienes, todo lo ha recibido de Dios. Solo tiene una cosa propia, su amor que es esencialmente libre y se ofrece a quien uno quiere. Eso es lo que pide Dios.

         La humanidad fue incapaz de hacer esta ofrenda, por tener un corazón debilitado por el pecado original. Pero Dios no cede en sus pretensiones y, para hacerlo posible, Dios Padre envía a su Hijo, que se hace hombre y realiza esta ofrenda en nombre de toda la humanidad. Toda la vida de Jesús es hacer la voluntad del Padre por amor, desde la encarnación, en que según Hebr 10,5 dijo al Padre: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”, hasta la muerte en cruz en que pronunció el “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). Esta vida, consagrada al amor, llegó a Dios y constituye el único sacrificio agradable a Dios Padre, por el cual nos perdona, nos hace hijos suyos, nos permite el acceso a él y nos posibilita compartir su felicidad.

         La tarea del cristiano es ratificar lo que Jesús ha hecho en nombre de cada uno de nosotros. Lo hacemos en el bautismo en que nos unimos a él y él nos da su Espíritu, que nos capacita y fortalece para vivir como él. Ya es posible hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios, uniéndonos al sacrificio de Jesús, viviendo como él, siguiéndole en nuestra vida de cada día..

         En el evangelio de hoy Jesús nos recuerda lo que implica vivir unidos a él y seguirle: negarse a sí mismo, es decir, no vivir centrado en el propio egoísmo sino en los intereses del amor a Dios, y tomar la cruz, es decir, estar dispuestos a morir si es necesario por Jesús. Es una opción que humanamente parece una necedad, contraria a lo política y culturalmente correcto, lo que explica la postura de algunos cristianos que desgraciadamente se avergüenzan de manifestar públicamente su fe. Pero es la verdadera sabiduría existencial. Esto se traduce en la vida de cada día en pequeñas y grandes renuncias en el seguimiento de Jesús, pero que comportan grandes alegrías porque es el camino que conduce a la plenitud del amor y la felicidad. La opción del placer por el placer es un error existencial.

         En este contexto se comprende la razón de la Eucaristía, que nos ha dejado Jesús como modo de alimentar nuestra ofrenda existencial a Dios, uniéndonos al único sacrificio que llega al Padre, el de Jesús. La reforma litúrgica ha dejado claro cómo se participa en la Eucaristía. Erróneamente antes se le daba mucha importancia al llamado ofertorio, como acto de ofrecimiento, cosa que no lo es sino un simple acto secundario de preparación de las ofrendas (por ello no tiene sentido acompañarlo con cantos de ofrendas, cosa frecuente, pero errónea). El verdadero ofrecimiento tiene lugar inmediatamente después de la consagración. En ésta, se hace sacramentalmente presente Jesucristo entregándose al Padre, es decir, en actitud pascual, sacrificial, dinámica, actualizando su muerte y resurrección. A continuación se hace la ofrenda al Padre, recordando el sacrificio (se alude a la muerte y resurrección) en nombre de toda la Iglesia. En este momento cada uno de los que participan debe ofrecer su propia vida, unida a la de Jesús. Sigue una oración en la que se pide al Padre la unidad de los que nos unimos al sacrificio de Cristo, condición necesaria para que el Padre acepte nuestra oblación. En la comunión Jesús nos alimenta para que hagamos efectivo este ofrecimiento en cada momento de nuestra vida.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

miércoles, 20 de agosto de 2014

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

La misericordia del señor es eterna

         En el salmo responsorial aclamamos y pedimos: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. Dios ha creado el mundo por amor y lo conduce hacia su plenitud con amor, a pesar de todos los pecados e infidelidades de la humanidad. La misericordia divina acompaña siempre la humanidad.

         Dios ha creado el mundo y lo ha puesto en las manos libres de la humanidad. Esta lo conduce de forma irregular, alternando la justicia con la injusticia. Es en este mundo concreto donde Dios actúa, respetando siempre la libertad humana y normalmente sirviéndose de hombres de buena voluntad, para llevar a cabo su gobierno del mundo, escribiendo derecho con renglones torcidos.

         El resultado es que no siempre aparece claro el gobierno misericordioso divino. De aquí los frecuentes ¿porqués? ante la acción divina. ¿Por qué permite esto u lo otro? A ello se refiere la 2ª lectura en que s. Pablo alaba la profunda sabiduría de Dios en el gobierno de la historia. Es un gobierno llevado a cabo con una sabiduría profunda que escapa a los humanos. Dios camina en la historia, pero sus huellas son irrastreables. Una cosa está clara. Todo es para nuestro bien.

         En este contexto nos habla hoy la liturgia de la misión especial que Jesús encomendó a Pedro al servicio de la unidad de la Iglesia. Es una manifestación constante de la misericordia del Señor. A lo largo de la historia han ejercido este carisma papas diversos y con motivaciones diversas, unos han seguido fielmente a Jesús en su ministerio, otros han dejado mucho que desear, pero a través de todos la sabiduría divina ha acompañado a la Iglesia a lo largo de los siglos. Realmente la historia del papado pone de manifiesta que Dios lleva su Iglesia de la mano. Si la Iglesia fuera solo obra de hombres, ya habría desaparecido.

El carisma del papado consiste en significar y asegurar la unidad de los cristianos, unidad de fe, pues Jesús sólo nos ha entregado una enseñanza; unidad de celebración, pues todos formamos la única Iglesia de Jesús, cuya finalidad principal es el culto al Padre, y unidad de vida como manifestación de la misma vida nueva que hemos recibido. Esta tarea la han ejercido los papas de diversas formas a lo largo de la historia, de acuerdo con las circunstancias de cada época. Se puede discutir si la actual es la más apropiada para nuestro tiempo, lo que no se puede discutir es que el Papa tiene esta tarea por encargo de Jesús y que su misión de asegurar la unidad de la Iglesia es fundamental. Hay que dar muchas gracias a Dios por la serie de papas que ha dado a su Iglesia en los últimos tiempos. 

         Hay que acoger este regalo de Dios a su Iglesia con acción de gracias, con amor, con sinceridad y críticamente. Con acción de gracias a Dios por este don; con amor, que debemos a todos, y especialmente a los que consagran su vida al servicio de la Iglesia; con sinceridad, evitando acoger solo lo que está de a cuerdo con mi forma de pensar; críticamente, sabiendo discernir el valor de cada palabra o actuación del papa, una cosa es cuando habla ex cathedra y debo aceptar, y otra cuando manifiesta una opinión particular, de la que se puede disentir. Y entre ambas hay una variada gama de situaciones intermedias.

         El Papa es un cristiano entre los cristianos, hombre débil como los demás. Por eso está necesitado de nuestra oración para que el Señor lo ilumine y fortalezca en su difícil tarea. Fue la primera cosa que pidió el actual papa Francisco, cuando fue elegido, y continúa pidiendo reiteradamente.

         La celebración de la Eucaristía es manifestación constante de la misericordia divina acompañando a su Iglesia. Es sacramento de la unidad, en que recordamos al Papa y pedimos por él como expresión de la comunión que nos une a todos y a los que nos gobiernan en nombre del Señor. Están necesitados de nuestra oración, afecto y obediencia para bien de toda la Iglesia.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

miércoles, 13 de agosto de 2014

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

La salvación es universal. En Dios no hay acepción de personas

En las lecturas de la liturgia de este domingo resuena la afirmación del carácter universal de la salvación, pues Dios es padre de todos y en él   no hay acepción de personas. La 1ª lectura, tomada de un discípulo de Isaías, afirma que la salvación que goza Israel se extenderá a todos los pueblos que acepten sinceramente vivir como miembros del pueblo de Dios. En el Evangelio Jesús cura a la hija de una mujer extranjera, que manifiesta una gran fe en su poder personal. Jesús parece no hacerle caso a la primera petición que le hace, afirmando que su misión era solo el pueblo de Israel. Realmente se trataba de una excusa para provocar el acto de fe decisivo, ante el que actuó. La mujer reconoce su necesidad y expresa su fe, conversión y fe, las dos condiciones necesarias para que la salvación llegue a toda persona. El hecho se presenta como un adelanto del carácter universal de la salvación, anunciado en el AT y que se realizará en la Iglesia.

La 2ª lectura habla de la elección especial de Israel como pueblo de Dios, afirmación que parece contradecir lo anterior, pero realmente lo aclara. Por una parte, ayuda a comprender el carácter de esta elección. No se trataba de excluir definitivamente al resto de la humanidad de las bendiciones de Dios, que siempre actúa por medio de su Espíritu en todos los tiempos y lugares con plena libertad, sino de preparar un pueblo especial donde fuera creciendo la planta que después se trasplantaría a todos los lugares. Como en un vivero se siembran semillas y se cuida con esmero el crecimiento de las plantas hasta que están fuertes y en condiciones de ser trasplantadas a otros lugares, así Dios eligió a un pueblo para educarlo poco a poco como pueblo suyo y ofrecer después esta salvación a todos los pueblos. Por eso la elección de Israel no excluye la salvación universal, como ha recordado la 1ª lectura, al contrario, esta es su última finalidad.

Por otra parte, la 2ª lectura habla de la incredulidad del pueblo judío, el pueblo elegido, por la que actualmente está fuera de la plenitud de salvación que se ofrece por Cristo. El motivo es su orgullo religioso y falta de fe. Quieren un mesías, pero no de acuerdo con los planes de Dios sino de los propios, por lo que rechazan a Jesús. Deseaban un mesías político-religioso que hiciera de ellos un gran imperio, y se encontraron con un mesías que actúa de forma humilde entre lo más humildes del pueblo y que termina fracasando en una cruz. S Pablo comenta esta situación exhortándonos a no despreciar al pueblo judío y a aprender la lección, pues si no aceptamos con humildad y fe viva la salvación según los planes de Dios revelados en Jesús, también nosotros seremos excluidos; si ellos, a pesar de ser pueblo elegido, quedaron fuera de la salvación, igual nos puede suceder a nosotros. A pesar de todo, el pueblo judío, pueblo elegido, se convertirá, pues Dios es fiel a sus promesas, « pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables».

La salvación cristiana se ofrecer a todos los hombres sin exclusión y con los mismos requisitos, conversión sincera que reconoce la propia debilidad moral y pecado y fe viva en el poder salvador de Dios por medio de Jesucristo. Hoy día asistimos a un corrimiento del mapa del mundo creyente, países que fueron cristianos están dejando de serlo y otros nacen a la fe. Esta situación es una llamada a la conversión sincera de todos nosotros.

La palabra de Dios invita a la apertura, ofreciendo el Evangelio a todos y acogiendo a los nuevos cristianos, especialmente a los inmigrantes que viven entre nosotros y que hay que incorporar a nuestras comunidades. En la Iglesia cristiana desaparecen los nacionalismos, todos somos iguales e hijos de Dios.

La Eucaristía es sacramento de universalidad, de unidad y de comunión. En ella damos gracias al Padre por el don de la fe y pedimos vivir todas sus consecuencias.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN AL CIELO

 

María. Madre y modelo

La palabra de Dios nos ofrece diversos aspectos de la asunción de María, que nos ayudan a comprender la celebración. La 1ª presenta la imagen de una mujer gloriosa, que da a luz al Mesías y después de persecuciones y dificultades, es coronada y glorificada. Esta mujer es símbolo de todo el pueblo de Dios, del AT y NT, llamado a hacer presente al Mesías en este mundo y, después de dificultades, a ser glorificado. La Iglesia ve en esta figura una imagen de María virgen. Ella es miembro eminente del pueblo de Dios y fue la mujer concreta que dio a luz al Mesías y el primer ser humano que ya comparte la gloria de Jesús. Como tal, es modelo de todo cristiano, llamado como ella a hacer presente a Jesús y a compartir su resurrección. Caminamos hacia una meta extraordinaria.

La 2ª profundiza en la causa de nuestra futura glorificación, la muerte y resurrección de Jesús, primogénito de entre los muertos. Él con su muerte y resurrección nos ha abierto el camino que conduce a nuestra plena felicidad y gloria, vivir consagrados a hacer la voluntad del Padre por amor. Dios es amor y el amor es el único camino que conduce a él. La lectura habla de un orden en la participación de la plena glorificación de Jesús. A él alude la liturgia para sugerir que María es la primera que la comparte.

Finalmente el Evangelio nos dice cómo María recorrió el camino abierto por Jesús y que la condujo a la meta de la glorificación: servir y orar. Se enteró del embarazo de su prima y se puso en camino con diligencia para ayudarla. Su prima la alaba como madre del Señor y se cree indigna de esta visita y María responde alabando a Dios. Ora con corazón humilde y agradecido, dos características importantes de la oración, agradeciendo el don de la maternidad divina. Ora a Dios, con una oración que le sale de lo más profundo de su ser, porque es misericordioso y fiel a sus promesas y pone a su servicio toda su omnipotencia como manifiesta su acción revolucionaria consistente en fecundar a una virgen

En medio del descanso veraniego, esta fiesta de la Virgen nos recuerda que existe un verdadero descanso, pleno y eterno, que Dios tiene destinado a los que le aman. Jesús nos abrió el camino y nos capacitó para gozarlo, María, su madre, es la primera que lo ha conseguido plenamente. Ella, como madre y modelo, nos recuerda el camino y nos ayuda para conseguirlo. Por ello es madre de nuestra esperanza.

En la Eucaristía se hace sacramentalmente presente la meta, Jesús resucitado viene a nuestro encuentro y nos alimenta para seguir caminando. Por él damos gracias al Padre que nos eligió antes de la creación del mundo para que seamos santos e inmaculados en el amor (Ef 1,4) y nos ha dado a María como madre y modelo.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

jueves, 7 de agosto de 2014

DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

No temer, gentes de poca fe

         El evangelio presenta a Jesús regañando a Pedro por su falta de fe. Jesús anda sobre las aguas, una acción que presenta el AT como propia de Dios con la que Jesús sugiere su pertenencia al mundo divino, realidad que al final reconocen los discípulos confesando que en verdad es hijo de Dios. Pedro le pide participar de esta prerrogativa y Jesús se la concede, pero, “al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Sálvame Señor”. Y Jesús le regaña por su falta de fe. Pedro puede andar sobre el agua apoyado en la palabra de Jesús, que le capacita para participar cualidades divinas, pero esto exige una fe plena en su palabra. Por ello el reproche de Jesús: “hombre de poca fe”, que cree en Jesús, pero se asusta ante la fuerza del viento.

S. Mateo hace una lectura simbólica del hecho a la luz de la resurrección, en que Jesús ha prometido estar siempre dinámicamente presente con sus discípulos: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20). Esta promesa exige a los cristianos una fe fuerte, especialmente en los momentos de dificultad en que sopla el viento fuerte y da la impresión de que todo se viene abajo. Por ello ante todos los problemas se nos exige afrontarlos con fe fuerte en la presencia del Resucitado. El cristiano no puede ser pesimista, debe ser realista y capaz de ver las cosas como están para buscar las soluciones adecuadas, y siempre optimista por la fe en la resurrección. Dios es especialista en hacer de la muerte camino de resurrección.

Uno de los problemas que ha preocupado a la Iglesia desde sus comienzos es el de la incredulidad judía. ¿Cómo es posible que el pueblo judío, destinatario de las promesas de Dios y que espera un Mesías salvador, a la hora de la verdad lo rechace? Se explicaría que lo hiciera una minoría y que la mayoría lo aceptarse, pero sucedió al contrario. ¿No estarán ellos, conocedores de las Escrituras en la verdad, y nosotros en el engaño? Los discípulos de Jesús estamos en la verdad, Jesús es el verdadero mesías y salvador enviado por Dios. La incredulidad judía se basa en no aceptar un mesías en la línea del siervo de Dios, humilde, como le gusta manifestarse a Dios (1ª lectura), que murió crucificado y no respondía a sus expectativas nacionalistas. Pero esto no significa que Dios haya perdido las riendas de la Historia de la salvación. Dios respeta la libertad del pueblo judío y al final también reconocerá a Jesús.

S Pablo nos ofrece una reflexión sobre nuestra postura ante este hecho en la carta a los Romanos 9-11, cuyo comienzo se lee hoy en la 2ª lectura y el final el próximo domingo. Hoy hemos escuchado cómo se duele por esta situación y recuerda los privilegios del pueblo judío, que a pesar de su incredulidad, sigue siendo pueblo de Dios y siguen siendo válidas las promesas de Dios, que siempre es fiel. Por eso son “nuestros hermanos mayores”, como gustaba nombrarlos san Juan Pablo II, que comparten con nosotros gran parte del tesoro de nuestra fe. Ante su incredulidad no debemos despreciarlos sino aprender la necesidad de una fe humilde para aceptar los caminos de Dios como él los ofrece, sin poner condiciones. Desgraciadamente a lo largo de la historia se han dado posturas contra el pueblo judío que no responden al espíritu cristiano, calumniándolo, persiguiéndolo, desterrándolo, asesinando. No son pueblo deicida, pues de la acción de Jesús solo fue responsable una minoría de aquella época, no todo el pueblo de entonces ni todas las generaciones. Hoy se nos invita a colaborar con ellos en todas las exigencias de nuestra fe común a favor de un mundo mejor y a luchar contra todo tipo de antisemitismo. En estos días tiene lugar en la Franja de Gaza una guerra entre los palestinos de Hamás y el Estado judío, causa de condenas por la actuación del ejército de Israel. En este caso hay que saber distinguir pueblo judío y Estado de Israel. Aunque en el Estado de Israel habita casi la mitad de la población mundial judía, la otra mitad no pertenece a este Estado. Por otra parte, una cosa es el Estado de Israel y otra la política concreta del gobierno actual con la que se puede estar en total desacuerdo. Una persona puede ser buen ciudadano de su nación, aunque no esté de acuerdo con la política de su gobierno.

La Eucaristía celebra el amor universal de Dios, que perdona a todos, quiere la salvación de todos y dirige la Historia de la salvación. En ella Jesús manifiesta de una manera especial su presencia activa entre sus discípulos y alimenta su fe y amor universal.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería

jueves, 31 de julio de 2014

DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Dios nos ama

​El amor ocupa un lugar central en todas las facetas de la vida humana. El hombre está hecho para sentirse amado y amar. Para un crecimiento normal necesita del amor de los padres y educadores, del amor de la familia y de los amigos, del amor matrimonial... Es una realidad que experimentamos todos los días y que tiene una explicación lógica: Dios es amor y nos ha creado a su imagen y semejanza. La persona que ama y se siente amada es imagen viva del Creador. Por ello lógicamente el amor tiene que ser fundamental en las relaciones del hombre con Dios. En la 2ª lectura san Pablo nos invita a ser conscientes de esta realidad: Dios nos ama con un amor tan fuerte que nada ni nadie nos puede separar de ese amor, que culminará en nuestra resurrección y glorificación. Lo dice para fundamentar la esperanza cristiana. Ninguna vida humana es una casualidad, todas han venido a la existencia porque previamente Dios padre las ha pensado con amor y las ha destinado a compartir la filiación de su Hijo y con ello su gloria. Para ello a cada una le ofrece todos los medios necesarios de forma que lo puedan conseguir. Se interfiere la libre voluntad humana que se puede negar a colaborar y frustrar el plan divino, pero por parte de Dios todo está hecho. El amor que nos tiene Dios padre es la suprema garantía de nuestra esperanza. Este es el alimento gratuito que se nos ofrece en la 1ª lectura y que da sentido a nuestra vida.

​Es importante en la vida cristiana sentirse amado por Dios. Para ello la tradición cristiana invita a repasar todos los beneficios que hemos recibido en nuestra vida concreta: la vida, la salud, la familia, la educación, la fe, el bautismo, los sacramentos, el perdón de los pecados, la Eucaristía...

​El amor pide amor y el Padre nos pide que le mostremos nuestro amor aceptándolo como la persona más importante de nuestra vida, como nuestro primer valor e identificándonos con su voluntad. Esta es que venga su Reino, como nos ha enseñado Jesús. Que venga el reino de Dios a nosotros es dejar a Dios que sea el protagonista de nuestra vida.

​.El Evangelio nos recuerda la forma concreta cómo Jesús anunció el Reino de Dios, con palabras y con signos, que ayudaban a comprender lo que significa que Dios ya comienza a reinar en un proceso que ya se ha iniciado y que culminará en su parusía. Curar a enfermos significa que Dios no quiere el dolor y que llegará un momento en que compartiremos la resurrección de Jesús, venciendo totalmente el dolor y la muerte en un mundo en que Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas (Apoc 21,4). Pero no es sólo un signo del futuro que nos espera sino que tiene una implicación actual, pues la lucha contra el dolor y la enfermedad  forma parte de las tareas del Evangelio y es una forma concreta de corresponder al amor del Padre.  A pesar de todo, el dolor es una realidad que nos acompaña, pero Jesús da un nuevo sentido redentor al dolor, que por eso deja de ser una realidad totalmente negativa.  En esta misma línea está el “signo de los panes”. Ya en el AT aparece el alimento gratuito a los hambrientos como signo del Reino futuro (1ª lectura) cf. también Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados... consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros... (Is 25,6-8). Durante su ministerio Jesús dio de comer a una masa, anunciando con ello que con su obra comienza el cumplimiento del banquete anunciado y las implicaciones que este comienzo tiene para sus discípulos.Ser discípulo de Jesús implica continuar en nuestro mundo el signo de los panes, trabajando contra la injusticia del hambre en el mundo y favoreciendo un justo reparto de bienes entre todos los hombres. Los que trabajen por hacer de este mundo un “banquete fraternal” recibirán el premio del banquete final del Reino de Dios consumado:Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis (Mt 25,34-35).

​La Eucaristía es la gran celebración del amor que nos tiene el Padre. En ella nos entrega constantemente a su Hijo y continúa alimentando nuestro amor para que, unidos a Jesús, nos comprometamos por un mundo más justo y fraternal, anuncio del futuro Reino de Dios.

Antonio Rodríguez Carmona

Sacerdote de la diócesis de Almería